Cuando se sienta solo

Cuando la soledad nos envuelve lo primero que debemos hacer es apartar nuestra mirada de las cosas que no tenemos y ponerla en las que sí tenemos. ¿Y qué tenemos? A Dios mismo.

 

Una vez que ha confiado en Jesucristo como su Salvador, nunca estará solo. Él dice que viene a morar en usted cuando lo recibe en su vida y que se une a usted así como la vid y los pámpanos se unen. De la misma manera que la sabia fluye por la vid y sus pámpanos, así también el amor de Cristo fluye en usted y a través de usted. Él mora en usted y usted está en Él, es uno con Cristo. Tiene la relación más íntima posible con Él; una intimidad espiritual eterna. (Véase Juan 15:1-9)

 

Lo profundo de la intimidad depende en gran medida de nosotros. Tiene que ver con cuánto deseamos intimar con el Señor, cuánto le permitimos que nos llene con su presencia y cuán dispuestos estamos a que se nos revele. El hecho es, sin embargo, que nunca podemos aislarnos totalmente del Señor. Él siempre está allí, deseando estar siempre cerca de nosotros.

 

Podemos preguntar como el apóstol Pablo: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?

 

La respuesta también la da Pablo: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:35-39).

 

Sencillamente no estará solo una vez que tenga el Espíritu de Dios morando en usted. Puede experimentar una sensación atormentadora de vacío, temor o desesperación. Puede sentirse solo aun si no lo está. Estos sentimientos están sujetos a lo que haga con ellos. Puede permitir que le alejen del Señor y así experimentar menos intimidad con Él. O puede permitir que esos sentimientos le acerquen al Señor y a una intimidad mayor.

 

Cuando decidimos acercarnos al Señor, estamos diciéndole, en efecto: «Necesito que llenes este dolor, este vacío, esta soledad, en mi vida. Estoy confiando en ti. No hay nadie más a quien pueda acudir. Me entrego completa y totalmente a ti». Al hacerlo le pedimos al Señor que nos revele su presencia en nosotros, una presencia que en verdad aleja nuestra soledad.

 

Cuando se sienta solo, primero acuda al Señor. Dígale: «Señor, ayúdame a tener una relación contigo. Quiero conocerte mejor. Quiero sentir tu presencia». Y luego pídale que le guíe a establecer relaciones satisfactorias y mutuamente beneficiosas con otras personas. Dígale a Dios: «Señor, por favor, dame amigos que me digan la verdad y que me ayuden a vivir de una manera que te agrade; amigos que me quieran y que reciban mi cariño, amigos a quienes pueda contar mis alegrías y mis tristezas, amigos con quienes pueda conversar libremente». Busque oportunidades para desarrollar la amistad que el Señor hará que se cruce en su camino, le sugiero estos tres consejos:

 

  1. Diga que sí a las invitaciones sociales de personas piadosas.

 

    1. Involúcrese en su iglesia y en varios de los grupos dentro de ella. Sea fiel en su asistencia y en su participación en los programas del grupo. Trate de conocer a las personas.
  • Invite a otros a almorzar o merendar juntos después de los cultos.

 

A medida que conozca a las personas, busque áreas de interés común y preocupación mutua. Busque la manera de participar en la solución de los problemas de las personas. Quizás se trate de dar de comer a las personas sin hogar, o visitar a los miembros de su iglesia que están recluidos en sus hogares. A lo mejor ayudar en el coro de niños, o unirse al grupo que ayuda a las familias de misioneros.

 

Desarrollar una amistad lleva tiempo. Esto no ocurre en un instante. Nunca se debe dar por sentado. Las mejores amistades son las que necesitan toda una vida para edificarse y que, por consiguiente, ¡duran toda la vida!

 

Pregúntese hoy mismo: ¿Qué clase de amigo me gustaría en realidad tener? Haga una lista de los rasgos que le gustaría ver en esa persona. Su lista puede incluir algunas de estas características:

 

  1. Alguien con quien reírme.
  2. Alguien con quien orar.
  3. Alguien que realmente entiende lo que estoy atravesando.
  4. Alguien a quien puedo contarle mis secretos.
  5. Alguien en quien puedo confiar.

 

Sólo el Señor jamás se aleja de una relación, jamás retrocede, jamás se da por vencido en cuanto a una persona, jamás se agota, siempre tiene más para dar e invita a una mayor dependencia.

 

Cuando confíe en que el Señor es la Fuente de su alegría para su profunda necesidad de compañía, hallará que tiene más para dar a otros. Compartirá, no extraerá. Edificará, no drenará. Estimulará, no sobrecargará. La relación será saludable y no dañina ni destructiva. Será una verdadera amistad. Una verdadera amistad proscribe la soledad.



EN CONCLUSIÓN:

 

Cuando se sienta solo:

  • Acuda primero al Señor. A Él le encanta pasar tiempo con usted. Háblele sobre cómo se siente. Pídale que conforte su corazón y que le envíe un amigo.
  • Llame a un amigo. Si no tiene un amigo íntimo cristiano a quien pueda llamar, trate de entablar tal amistad.

 

Escrito por el Dr. Charles F. Stanley 
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